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domingo, 4 de marzo de 2012

Jazz on a Summer's Day

Hace cerca de veinte años descubrí que Antonio Machín estaba enterrado en Sevilla porque, con motivo de un festival veraniego que unía soneros cubanos con flamencos, se celebraba en el aniversario de su muerte una breve ceremonia de la que inevitablemente cada agosto se hacía eco la prensa local. Algunos de los músicos que actuarían esa noche cantaban ante la tumba de Machín mientras la rociaban con ron. Un año, un hermano mío decidió asistir para ver directamente un acto que presumía tendría una carga emotiva especial. Su sorpresa fue grande cuando vio que estuvieron presentes, además de él, tres músicos cubanos que cantaron, el representante de la organización del festival, fotógrafos de prensa y, por supuesto, el propio difunto. Nadie más.

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Casi cualquier persona mínimamente interesada en el jazz o el blues ha escuchado música del Festival de Jazz de Newport (Rhode Island, EEUU). Desde que se estrenó, en 1954, ha atraído a la mayoría de los músicos más destacados y son numerosísimos los conciertos que fueron después publicados como discos (inevitable citar los de Duke Ellington y Miles Davis). Tenemos además la suerte de que el propio festival conserva gran cantidad de grabaciones de calidad que hace accesibles al público a través de internet.
En  1958, el fotógrafo Bert Stern y el cineasta Aram Avakian planearon hacer una película documental sobre el festival con idea de cambiar la imagen que hasta entonces se había mostrado del jazz. Este fue el primer festival de jazz que se celebraba al aire libre y a menudo se grababan las actuaciones jazzísticas en clubs situados en subterráneos y en blanco y negro. Decidieron hacerlo a todo color, usando nada menos de cinco cámaras y cuidando al máximo la calidad del sonido. El verano y la acomodada población costera de Newport aportaron el resto para conseguir un film luminoso que enseña lo bello de la vida y la música.
La película me resulta interesantísima. Hay buenas actuaciones (me impresionó la energía sin esfuerzo aparente de Mahalia Jackson), bonita fotografía y un público que a veces parece salido de un casting. Me atrevería a afirmar que los responsables de la serie Mad Men la revisan cada vez que necesitan inspiración sobre vestuario o estilismo. Ellos y ellas tan guapos, y tanto fumador suelto; todo mostrado con tanta naturalidad. Pues, a pesar de la música, es precisamente esa naturalidad lo que hace interesante esta película. Hoy día en cualquier evento público todo el mundo tiene presente que se hace para ser registrado (bien fotografiado o filmado), lo que a menudo deja al público asistente en un incómodo papel de extra. La sensación al ver Jazz on a Summer's Day es que todavía esa relación no se había invertido, que la cámara que colocan el hermano del director musical de festival y un fotógrafo que aún no ha retratado a Marylin genera mucho menos de lo que lo que capta. Los cineastas son pequeños invitados perdidos en medio de un público de verdad. Eso lo convierte en un documento de época.

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