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jueves, 26 de abril de 2012

Correr es bello

Empecé hace dos años; un verano en Cantabria. El primer día lo estrenaba todo: zapatillas, calcetines, pantalón, camiseta, gorra. Me sentía como un tipo de ciudad disfrazado de explorador. Me gusta correr, me gustó aquel primer día y me gusta todavía, creo que lo haré más y que no lo dejaré nunca. No es el esfuerzo en sí, ni la recompensa final, una larga carrera resume muchas veces una cabeza, una personalidad, es un diálogo continuo con tu cuerpo, con lo que da el día, con tu fantasía, con todos tus recuerdos y todo mientras se realiza algo muy secillo: correr. Tengo pendiente una obra de teatro en la que un único protagonista hace una monólogo mientras corre en una cinta; rellené varias páginas con ideas para esa obra y cada vez que corro me acuerdo de ella de forma que creo que es la única obra que se mantiene viva en mi cabeza y en proceso aunque no haya escrito más que esas ideas sueltas. Claro que es una obra para un actor-atleta y se necesitaría un médico en la sala. El mundo de la carrera ha dado para mucho y desde el primero que llegó de Maratón hasta la primera mujer que se atrevió, porque no se permitía su participación en ella, a correr los 42 kilómetros 195 metros, hay muchas buenas historias. En la imagen Kathrine Switzer, esa primera mujer que se atrevió, es acosada por uno de los jueces que la quieren expulsar de la carrera mientras otros corredores la protegen.


He cambiado de zapatillas en Berlín y me he enterado de que calzo un 44. Yo siempre he presumido de pie pequeño, como Maradona, vijjjte, y en mi calzado ordinario uso un 41 así que fue un shock encontrarme con esos zapatones y balbuciendo algo en incomprensible alemán. Pero cómo iba a protestar si fui objeto del método científico de vender zapatillas de deporte. Lo primero que el señor de Race Runner, en el 6 de Haubachstr. del viejo barrio de Charlottenburg hizo fue preguntarme si corría flojo o fuerte, o sea si joggen o running. Quedamos en que joggen, o sea, footing aunque a mí me guste creer que corro más y me quedara un poco tocado en el orgullo. Sobre todo porque él tenía pinta de super running. A continuación me midió el ancho del pie y el largo y miró el ordenador. Entonces fue al interior y me trajo unas zapatillas. "Póntelas no importa que no te gusten ni que te estén grandes". Me pidió que me levantara los bajos del pantalón hasta las rodillas y que lo acompañara. Al fondo de la tienda tenía una cinta de correr, me hizo subir y le dio al play. Más rápido, más rápido. El señor observó un rato la carrera. Silvia me miraba con los ojos como platos. Rompía a sudar justo en el momento en el que apagó la máquina. Luego volvimos al ordenador y fue a buscar cuatro pares, elegí uno de ellos, los más sobrios. Todo fue agradable, divertido y muy muy meticuloso. Llevo cuatro carreras sin problemas pero qué zapatones. Y mañana, la orilla del Spree hasta Tiergarten, una larga carrera de dos horas disfrutando de la primavera. ¡Vamos corredores!

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