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sábado, 21 de abril de 2012

Lo verdadero y lo verosímil, 1:
los mármoles de Elgin


Thomas Bruce (1766-1841) -más conocido como Lord Elgin- fue un diplomático escocés cuya actividad ha generado trabajo para la diplomacia británica hasta nuestros días. En 1799 fue nombrado embajador ante el sultán otomano en Estambul y, como cuenta el historiador del arte Bianchi Bandinelli, ahí comenzaron todos sus males. Desaveniencias con el emisario francés le granjearon la enemistad del mismísimo Napoleón; una infección le corroyó media nariz; fue arrestado mientras atravesaba Francia junto a su mujer y un tercer compañero de viaje, mientras regresaba a Gran Bretaña tras acabar su mandato. Aquellos fueron liberados a los pocos días, y cuando finalmente lo liberaron y llegó a Londres, descubrió que su mujer y el viajero eran amantes; el subsiguiente proceso de divorcio acabó con su carrera.
Aún hay más. Las inquietudes artísticas de Elgin le llevaron, tras conseguir un ambiguo permiso del gobierno turco, a desmontar y embarcar para Londres gran parte de la estuaria del Acrópolis de Atenas (entonces parte del Imperio otomano) con destino al Museo Británico. Aquel debía de encontrarse en no muy buen estado tras las explosiones que sacudieron al Partenón durante su uso como polvorín cien años antes. Además, hay testimonios que afirman que los restos de los templos se trituraban para hacer cal (la explotación de los restos arquelógicos fue algo habitual durante siglos en muchos lugares; el foro romano, por ejemplo, estuvo parcelado y alquilado como cantera durante todo el Renacimiento). Hay constancia de que los trabajos de extracción y transporte de las piezas fueron complicados. Se demoraron once años (1801-1812), varios buzos tuvieron que recuperar algunas estatuas del fondo del mar tras el hundimiento de una de las naves frente al Cabo Maleas, y algunas piezas fueron incautadas por el ejército francés en Grecia y posteriormente devueltas mediante su inclusión en negociaciones de paz entre ambos gobiernos. Pero el mayor revés para el diplomático fue el rechazo casi general de los expertos, ya en Londres, a aceptar que se tratara de obras de Fidias. Incluso se afirmaba que eran copias de época romana, lo que equivalía a ligar los mármoles de Elgin, según una idea académica común entonces, a un periodo artístico decadente y carente de originalidad. Tanto tiempo, esfuerzo y recursos empleados para llevar hasta Inglaterra unas piezas que se consideraban arte vulgar, aunque antiguo.


Intentemos explicar por qué sucedió eso, por qué, mayoritariamente, no se reconoció que se trataba de verdadero arte griego clásico. Los círculos académicos del momento estaban imbuidos de las ideas de Johann Joachim Winckelmann (1717-1768), padre de la arqueología y de los estudios sobre arte clásico. Winckelmann desarrolló un sistema, basado en fuentes literarias y en criterios estilísticos, según el cual el arte clásico griego de los siglos V-IV a.C. era la referencia definitiva a partir de la cual se debía evaluar todo el arte antiguo. Dividió la antigüedad clásica en cuatro periodos: antiguo, sublime (cuyo apogeo es Fidias), bello y decadente (que abarca casi todo el periodo romano). De esta manera imponía determinada expresión artística como absoluta y atemporal, a través de una fórmula concreta: "belleza formal absoluta, carencia de 'pathos', predominio de la forma escultórica sobre la pictórica".
Hoy día sabemos que por vicisitudes históricas apenas nos han llegado esculturas originales griegas. Más del noventa por ciento de las estatuas que han aparecido en excavaciones en Roma no son originales, sino copias de época romana de modelos griegos que en muchos casos se transmitían de copia a copia. Existía un gremio de hábiles artesanos que producía una abundante obra estereotipada destinada a embellecer palacios y villas, con fines principalmente decorativos. Pues resulta que ni Winckelmann ni sus seguidores tenían conciencia de que se estaban basando en el modelo equivocado para mitificar una obra que prácticamente no se conocía. Desconocían que se tratase de copias en lugar de originales. Incluso, los principales textos a los que acudía (Plinio y Pausanias) son fuentes muy posteriores a la época de Fidias.
Así las cosas, la mirada winckelmanniana a los mármoles de Elgin no fue capaz de reconocerlos como auténticos. Tuvieron que ser varios artistas quienes patrocinaron su compra para el Museo Británico y el escultor Antonio Canova quien supo ver que no desmerecían al gran artista que se presuponía que había sido Fidias.

Foto de Andrew Dunn
Los mármoles de Elgin en el Museo Británico. Foto de Andrew Dunn.

Esta historia es un buen punto de partida para plantearnos lo difícil que es simplemente mirar lo que tenemos delante.

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