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lunes, 30 de abril de 2012

picnics, no es un juego de niños


Supongo que me viene de la época en la que leía a Los Cinco, Los Hollister -The happy Hollister, más pastel todavía, en inglés-, Puck y demás... Ellos hacían picnics; maravillosas excursiones por acantilados, a un faro abandonado; acampadas junto al lago... Historias de misterio a menudo acompañadas de una descripción minuciosa y detallada de los emparedados (sublimes frente a mis bocadillos), limonadas caseras, tartas de manzana o arándanos y demás fruslerías que les incluía en sus "taleguillas" alguna de las tías estupendas en cuya casa pasaban los veranos. 
Me gustan los picnics. Me gustan las fotos antiguas de los grupos sentados elegantes e impolutos en sus mantas, con sus cestas y sus vajillas para la ocasión. La definición de la wikipedia es bastante concisa sobre su carácter informal, el tipo de comida y las condiciones paisajísticas idóneas.
Le déjeuner sur l'herbe de Manet es uno de los cuadros por los que he sentido siempre fascinación. Como homenaje pinté una versión llevando el contexto de Manet a lo que yo quería contar. Días estupendos, la pasión de los otros se titula mi trabajo. Hace poco leí El mar de John Banville, y la escena del picnic en la que el protagonista evoca cierto verano de la infancia, resume a la perfección lo que yo quise contar en el cuadro. La forma en la que, de mano de la familia Grace, el niño Max conoce el deseo, intuye la pasión de los otros completamente ajena a su entorno familiar. Confieso que con algunas páginas de esta novela toqué cielo. Recomiendo además la lectura de la reseña que hizo Francisco Casavella del libro y de la que tomo parte del título para esta entrada.


Yo, por mi parte no guardo ninguna foto de un picnic familiar; es más, creo que en familia no he hecho ninguno. Fuera nostalgias al respecto, más bien como el niño protagonista de El mar, siento envidia de los que saben cómo se hace eso: cómo se disfruta en familia, del tiempo libre, en el campo... De los que con envidiable facilidad se incluyen en esa foto para recordar, lo irónico de la nostalgia, momentos como esos: estereotipos familiares de convivencia feliz, un campo verde perfecto, mullido, el olor de la hierba, con el sol calentando lo justo y el canto de la chicharra al fondo, sonando suavecito. 
  







La última imagen es un fotograma de la película Picnic en Hanging Rock de Peter Weir de la que haré una entrada más extensa un día de estos. 

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