Dice Byung-Chul Han que “la forma de curar esa depresión es dejar atrás el narcisismo. Mirar al otro, darse cuenta de su dimensión, de su presencia”, los pueblos, o las sociedades pierden a veces ese compromiso social y es una catástrofe. Lo fue por ejemplo la Europa de los años veinte y lo vuelve a ser hoy, casi un siglo después. Eugenio Xammar, corresponsal catalán en Alemania en esos años, veía con perspectiva el continente de -aunque aún no se sabía- entreguerras, y sobre todo la deriva de los pueblos alemanes, empobrecidos, debilitados por los nacionalismos y los Putsche, por una política y unos políticos realmente mediocres, por el odio al de fuera, por la paranoia de las conspiraciones, por la sensación de no despertar ninguna simpatía, etc, etc. Xammar hace en sus crónicas una síntesis de todo este mundo asfixiante, amargo y gris. Esos artículos de su estancia en Alemania de 1922 a 1924, las recogió y tradujo al castellano Ana Prieto Nadal para El Acantilado bajo el título El huevo de la serpiente. Entre todas ellas, y las hay de muchas clases incluidas algunas muy aburridas, la más sensacionalista es sin duda su encuentro con Hitler en la redacción del Völkische Beobachter, el periódico que servía de altavoz a las proclamas nacionalsocialistas y que dirigía desde Múnich el propio Hitler. Tiene razón Arcadi Espada al dudar de que ese encuentro se produjese aunque quién sabe. En todo caso Xammar y Josep Pla, corresponsal por entonces también en Alemania, se reunieron con el monstruo alemán en noviembre del 23. Y de ese encuentro -o no- salen -eso sí- dos grandes crónicas. A pesar de que Pla no habla alemán -"ni falta que le hace", dice Xammar-, escribe un gran refrito de las impresiones y escritos del veterano compañero. Juntos viajan por el Rin, Baviera y países de la órbita de Berlín; la descripción del golpe de estado del año 23 en Múnich por Hitler y Von Kahr es uno de los episodios más hilarantes del libro. El catalán no solo reparte a los alemanes de los que salva a muy pocos sino también y con menos gracia, creo, a los españoles que acusa en general de pintar poco. A los que admira son a los ingleses y menos a los franceses, y así se mueve en ese terreno resbaladizo de las nacionalidades del que supongo no se podía escapar en la época. Pero es curioso que un hombre tan formado e inteligente, un cosmopolita que dirían, que observaba adónde dirigían las ideas nacionalistas, no gritase como Zola aquello de la humanidad por el caso Dreyfus, etc.
El sentimiento nacional es horrible pero claro es un sentimiento y es personal, o sea, se puede decir poco al respecto. Pero la situación es tan decepcionante, la frontera sur de España, las nuevas fronteras de Europa, el auge del populismo, que estas otras pequeñas decepciones intelectuales dañan aún más.