Alberto es mi mejor amigo. Sólo tiene veintidós años, dos menos que yo, pero ninguno de los italianos ha demostrado una capacidad de adaptación semejante a la suya. Alberto entró en el Lager con la cabeza alta, y vive en el Lager ileso e incorrupto. Ha entendido antes que nada que esta vida es una guerra; no se ha concedido ninguna indulgencia, no ha perdido el tiempo en recriminaciones o quejas de sí mismo ni de los demás, sino que desde el primer día ha bajado al campo de batalla. Lo sostienen su inteligencia y su instinto: razona con justeza, con frecuencia no razona y también está en lo justo. Entiende todo al vuelo: sólo sabe un poco de francés, y entiende todo lo que dicen los alemanes y los polacos. Contesta en italiano y con gestos, se hace entender y en seguida resulta simpático. Lucha por su vida y sin embargo es amigo de todos. "Sabe" a quién necesita corromper, a quién necesita evitar, de quién se puede compadecer y a quién debe resistir.
Y sin embargo (y por esta casualidad suya todavía hoy su recuerdo es para mí querido y cercano) no se ha convertido en una persona triste. Siempre vi, y todavía veo en él, la rara figura del hombre fuerte y apacible contra quien se rompen las armas de la noche.
Y sin embargo (y por esta casualidad suya todavía hoy su recuerdo es para mí querido y cercano) no se ha convertido en una persona triste. Siempre vi, y todavía veo en él, la rara figura del hombre fuerte y apacible contra quien se rompen las armas de la noche.
Si esto es un hombre
trad. Pilar Gómez Bedate
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