... Naturalmente, el joven encuentra a su amada y, naturalmente, la pierde, pero no sin haber poblado para ella el puerto de Copenhague con personajes de su primera mitología personal: Scarlatti, Paul Éluard, el poeta español Bécquer y el poeta holandés Lodeizen, que ocultamos celosamente de vuestras miradas tras la valla de nuestra lengua, ya que el holandés es, con el albanés, el idioma más secreto del continente. Al publicar ese libro, me convertí inesperadamente en escritor y, según mi amigo, el filósofo alemán Rúdiger Safranski, ya no me quedaba más que morir, (...) Sin embargo, no morí. Se me había ocurrido algo mejor: me fui a España y, a decir verdad, no me he movido de allí desde entonces, una esquizofrenia europea ya incurable divide mi ser en una parte meridional y una parte nórdica; en invierno, vivo en Amsterdam o en Berlín, en verano, me entrego despiadadamente a España, convirtiéndome así en una de esas criaturas híbridas, incomprendidas dondequiera que vayan, que tienen su residencia en tres lugares distintos, o sea en ninguna parte, quizá uno de los primeros europeos verdaderos, valientes cobayas del nuevo continente, que han incorporado en su propia existencia la unicidad y la pluriformidad. Deberían disecarnos, somos de gran interés para la ciencia. Leemos el Frankfurter Allgemeine Zeitung, The Guardian, Le Monde, Vrij Nederland, La Vanguardia, La Repubblica y, si hace falta, el Diario de Noticias y L'Osservatore Romano, odiamos la tontería de las grandes naciones que no hablan más idioma que el suyo y que se aseguran de que la generación siguiente tampoco lo haga, camuflando, en los televisores y las salas de cine, todas las demás lenguas bajo la de su país, y borrando así hasta los sonidos del idioma extranjero; (...) aprobamos el regionalismo cuando tiene por objetivo la conservación o la consolidación de un patrimonio esencial y nos oponemos a él cuando pretende la exclusión del otro, despreciamos el cáncer de la violencia nacionalista, ya sea llevada a cabo por irlandeses, croatas, vascos o serbios; somos, en una palabra, aquellos a los que nadie escucha.
Cees Nooteboom, Cómo ser europeos. Traducción de Anne-Hélène Suárez.
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