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viernes, 21 de septiembre de 2012

Hans Fallada, "Solo en Berlín"



Me angustia vivir en un país del que no sé nada, o tan sólo los tópicos que manejamos todos. Poco a poco, me digo, pero como ayer encendieron ya la calefacción de la casa, me acordé del verano y sus nunca suficientes lecturas. Las dos últimas semanas de agosto las dediqué a Hans Fallada (seudónimo de Rudolf Ditzen) y su novela, escrita apenas unos meses antes de su muerteSolo en Berlín, cuyo título original se traduciría más bien como Todo el mundo muere solo. Emocionante novela sobre el caso concreto de un matrimonio berlinés que decidió oponerse al gobierno de los nazis recién estrenada la década de los cuarenta, o sea en plena guerra, a consecuencia, pero no solo, de la muerte de su único hijo en el frente. El matrimonio en el que está basada la historia existió realmente y Fallada trabajó con los informes que la Gestapo había realizado de ellos. Un matrimonio normal que formó parte de esas decenas de miles de alemanes que acabaron en los campos o fueron asesinados por oponerse a la tiranía de Hitler, la carrera bélica y la corrupción del partido nazi. No fueron muchos y muchas veces sus acciones eran realmente ingenuas, como demuestra la historia de este matrimonio que se dedicó a escribir postales durante tres años, unas casi trescientas postales críticas que dejaban en las escaleras de los edificios para que el pueblo tomase conciencia de la realidad. El pueblo alemán vivía sin embargo en el terror y la delación.  Cada postal se entregó inmediatamente tras ser encontrada a la SS sin cumplir su cometido o tan solo el cometido, inesperado, de aterrorizar al que la encontraba. El esfuerzo de aquel matrimonio no significó nada, o sí. El libro de Fallada es un llamamiento a la decencia y la humanidad, a los valores que nos unen a los demás y que siempre intentan ser derribados por los fascismos.



La vida del propio Fallada no fue fácil ni ejemplar, un joven de buena familia pero inadaptado, que fue de colegio en colegio hasta que con 18 años pisó por primera vez un hospital psiquiátrico y que durante toda su vida convivió con la dependencia a la morfina y el alcohol, y las miserias que esto supone; además fue acusado de desfalco, pasó por la cárcel y siguió publicando literatura de entretenimiento durante el mandato de Goebbels al frente de la cultura alemana, algo que le reprochan hasta hoy. Pero Fallada, con todas sus sombras, demostró en este libro que los hombres, aunque no perfectos, deben aspirar a comprender al otro, a ser piadosos y no tener miedo. Por otra parte el libro es un thriller estupendo, no de altísima calidad literaria pero de eficacia narrativa absoluta, que pasea por un Berlín que es destruido lentamente por los bombardeos y el odio mientras unos cuantos personajes se replantean, de una manera u otra, su papel en ese mecanismo del horror.

En las fotos, Fallada frente a un tablero de ajedrez, juego que aparece al final de la novela con nuestro protagonista esperando la muerte. Abajo, Elise y Otto Hampel, el matrimonio que inspiró los personajes Anna y Otto Quangel, fotografiados por la policía tras su arresto; y una de las postales que escribieron, la número 50 encontrada por la Gestapo.

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